FUNERAL DE UN BOSQUE

29.04.2013 10:58

 

FUNERAL  DE  UN  BOSQUE

Eladio Valdenebro

 

Por alguna arteria del corazón de Colombia  voy con mi amada en un cómodo autocar. Habíamos conseguido las dos primeras sillas del lado derecho, así que era nuestra la mas plena vista a través del parabrisas inmenso. Y la altura del vehículo nos daba además, una amplitud de visión que desde un coche particular no se tiene. Es un autocar de turismo, lo escogimos al saber  que no iría a gran velocidad, para que todos los pasajeros pudiéramos ir apreciando la belleza del paisaje de esta maravillosa región bien llamada El Eje Cafetero. Vamos pues, lentamente, sin afán, dando paso a otros buses, a grandes camiones, a enormes tractomulas de muchos pares de llantas, a autos pequeños. Nos  sorbemos los amables paisajes de café, de caña dulce, de huertas campesinas. Nos bebemos los rescoldos de su naturaleza original, viva aùn en cañadas, en riscos inaccesibles a la agricultura, en lejanìas de azules cordilleras. Pienso entonces en tantas vidas, en los miles y miles de vidas diferentes que aún perduran en aquellos rescoldos de selvas húmedas  y de bosques nativos. Pienso en tantas aves de todos los colores y de todos los cantares,  en tantas orquídeas de todos los colores y de todos los perfiles que aún viven en esos misteriosos parajes. Y en ardillas, bromelias, iguanas, heliconias, mariposas, pienso en libélulas, en musgos, en saltamontes y  anturios, en lianas florecidas y en enormes troncos recubiertos de verdes musgos y de líquenes plateados. Pienso en venados, monos juguetones y mariquitas, en coleópteros dorados, abejas, abejorros y avispas… Pienso en ojitos de agua, en humedales de aguas dormidas, en arroyos de aguas saltarinas… Poco a poco, la enumeración mental de tal diversidad de vidas me vá adormilando.  

En eso… me sobresalto… una tractomula nos amenaza atrás con su bocina estridente. Nuestro paciente  conductor reduce mas aùn el lento rodar, nos orillamos,  la enorme màquina pasa de lado con su estruendo de motor de cien de caballos de fuerza, cierro los ojos a su ofensivo paso, se adelanta, y quedamos  detràs de ese vehìculo de veinte, de treinta llantas.  Como mi amada, casi todos los pasajeros van durmiendo siesta tras el almuerzo de un rato antes. Cuando pasó aquel estruendo  abro los ojos por mirar hacia adelante mientras me acomodo con la manta de abrigo. Miro hacia adelante…No!... No! …  un bosque entero, aserrado, asoma  sus muñones circulares en la parte final de la tractomula! No… de inmediato pienso…No!... Casi lloroso comprendo  que voy tras el funeral de un bosque.  El sueño de siesta que ya me embargaba, se disipa del todo.

Observo de nuevo la carroza mortuoria que lleva no se cuantos árboles sacrificados. Gracias a mis aficiones por la botánica, me creo capaz de reconocer en esos circulares muñones, los àrboles de mis bosques sombríos y de mis selvas opulentas. Y los voy contando, apuntando en la mente – como si fuera un inspector de policìa que registra las vìctimas de una masacre – voy registrando las vìctimas de esta matanza vegetal. Hay ciento tres... no... son ciento cinco  àrboles asesinados. Detallo los muñones que deberìan ser sangrientos.  Y observo, uno a uno, vetas, anillos, colores diversos, rastros de cortezas, manchas de savias degolladas... y asì identifico, uno a uno, todos los cadàveres. La amplitud del parabrisas y mi privilegiado puesto en la primera silla me permiten tan precisa observación.  El tráfico debe ser denso ahora, pues la tractomula no ha podido adelantarse mas. Entonces, tengo todo el tiempo para mi dolido registro:

  Cuento dos robles, cuatro, seis, ... diez robles.

  Cuento cinco cedros negros.

  Veo un comino crespo... dos, tres, cinco... siete cominos mas.

  Y hay cuatro, cinco, seis, ocho... doce, trece carboneros de veta roja. 

  Y muchos flor-amarillo. Muchos, varias docenas deben ser.

  Cuento dos, cinco, siete... once helechos machos.

  Y tres costillos.

 Y dos, cuatro... seis nogales.

Diez robles míos. Estructuras altivas, de follajes verde-oliva, de floraciòn imperceptible que con los soles del verano se transforma en  miles de bellotas suculentas para escuadrones de ardillas juguetonas. Diez robles para hojarascas sonoras de coloridos sepias.  Diez robles para micorrizas fecundas que albergan miles de diversas vidas microscòpicas.  Diez robles para fluyentes taninos que enrojecen las aguas de un cercano rìo.

Cinco cedros negros míos. En sus ramas hubo  cincuenta nìdos de aves diversas. De asomas y mirlas, ruiseñores y loritos parlachines. De graciosos gorriones.

Un comino crespo... dos, tres, cinco... siete cominos míos. Quince, veinte, veinticinco colibrìs debieron revolotear libando de sus flores, turnando sus brevìsimas visitas con abejas doradas y avispas negras y abejorros rojos.  

Cuatro, cinco, seis, ocho... doce, trece carboneros míos de veta roja.  Y en ellos debiò haber cientos de bromelias de aguas guardadas en sus hojas pluviales para la sed de las aves, de aguas guardadas para la sed de animalillos pequeños y monos juguetones.   Y sus retoños tiernos debieron alimentar tres osos andinos y sus tres, cinco, seis tiernos oseznos. 

Y muchos flor-amarillos, todos míos. Seis, siete tigrillos debieron acechar a sus presas, ocultos entre las ramas mas bajas, que  serìan apoyo para cinco o seis clases de aràceas trepadoras, unas de anturios rojos, otras de anturios blancos,  otras de inperceptibles anturios verdes  mimetizadados como verdes hojas acorazonadas.  Ylas ramas mas altas darìan apoyo a  danzantes chulques de retoños ocupados por nidos de azulejos y asomas y meneados por leves   brisas.

Y siete helechos machos, míos todos. Sus nacientes hojas como bàculos obispales brillosos de mieles, serìan apoyo para inciertos vuelos de quince... no, de veinte mariposas de Muzo, que con su azul metàlico esmeraldino  adornarìan  varios rincones del bosque umbroso .  

Y tres costillos míos. Sus irregulares entornos, como de bandas trenzadas, darìan escondite a arañas de corazas coloridas, a  mariquitas de lunares negros, a chapuletes de verdosas alas. Y serían rutas tortuosas para filas indias de hormigas cargando banderines de trocitos de hojas tiernas a sus subterráneos almacenes.   

Y dos, cuatro... seis nogales, también míos. Sus pepas de almendras dulce-amargo serìan alimento de una bandada alborotera de  cincuenta loritos. Y en sus bases, habría muchos conejos blancos y guatines negros saciándose con las sobras de los loritos.

Voy pensativo, voy casi  lloroso, tras la  carroza mortuoria de ciento cinco àrboles mìos. Todos los pasajeros duermen, mi amada también, me ha tomado de la mano. Ciento cinco árboles míos que tejìan   follajes  sombreados en varios  parajes de  mis bosques olorosos, en varios rincones de mis selvas lluviosas,  y  que cubrían mis ojitos de agua que se vierten a mis humedales  tranquilos que forman las cuencas  de  mis arroyos saltarines que agrandan mis rìos sonorosos que engrosan mis rìos navegables que llevan a mis mares inmensos sus limos fecundos para la mùltiple, para la inmensa vida de mi planeta azul que es mi vida mía. 

Han muerto ciento cinco àrboles mìos que me ofrecían, dìa a dìa, el inagotable regalo de sus oxìgenos para la transparencia de mis aires. Que eran parte de los bosques y las selvas que me embellecen mis paisajes, que me ofrendan  el rumor de sus frondas verde-verde cuando mi viento las adula y las menea, que me albergan, amorosos,  las miles y miles  de vidas mìas de mis geografìas ariscas o amables y de mis biologías siempre opulentas.

En eso…Un cruce de vìas. El autocar gira  a la izquierda. La carroza mortuoria con mis ciento cinco àrboles gira a la derecha. Nos orillamos, nos detenemos pues algo pasa adelante en la ruta que hemos tomado. El conductor apaga nuestro vehículo. Me arrebujo en la manta, no quiero pensar mas. Talvez logre dormir algo, miro afuera por última vez… No! veo de perfil la enorme tractomula en su vía… tiene tres vagones! Y veo lateralmente cada vagón cargado con cien troncos mas! La matanza de mis bosques ha sido tres veces mayor!... Trescientos y mas árboles míos!... No!

Pero hay algo mas, y … peor aún… en sus flancos, los vagones llevan el emblema de una multinacional de papel… No! no puede ser… pero si, así es, la multinacional que se publicita en la T.V, en los medios, como defensora de nuestro mundo natural… diciendo dizque que “protegemos… por naturaleza”. Increible!...  cierro los ojos, no quiero pensar mas…

Me incorporo  al oìr algo casi en la ventanilla, al percibir cierto olor: mi  viento me trae el perfume de un tabebuia mío en flor… y  en su rama que casi rosa el autocar… una mirla mía me canta.

Olvido el registro  de la matanza de mis trescientos àrboles míos...  

 

Mi amada despierta - qué pasa? – nada pasa, la vida sigue – la tranquilizo. Pero sospecho que ella notó mi desazón cuando ví la funeral carroza con mi bosque asesinado. Sospecho, pues me aprieta la mano, se ajusta contra mi mientras me repite: -  la vida sigue, quiera Dios.  

 

Eladio Valdenebro

elvalde@gmail.comwww.eladiovaldenebro.webnode.com